lunes, 11 de febrero de 2013

VISITAS

Foto Google

Con lentitud me saqué los anteojos, exhalé sobre sus cristales
y los limpié suavemente con la franela. No sirvió para nada.
Al ponérmelos comprobé que todo, absolutamente todo, seguía igual.

Falsa expectativa - D A Madeiro

Golpean a la puerta.
Hoy son los católicos que, amablemente, me entregan un folleto sobre las actividades de la parroquia.
Otras veces se trata de los evangelistas, los testigos, los mormones.
No se da con los judíos o los islámicos simplemente porque no acostumbran prédicas domiciliarias.
Desde siempre me gusta intercambiar ideas con ellos.
Quizá es más apropiado decir escucharlos con atención y formularles con suavidad alguna pregunta.
Como suele suceder con la mayoría de nosotros, los humanos, a ellos les encanta que los escuchemos. No sucede igual a la hora de tener que oírnos. En especial si es para expresarles opiniones contrarias.
Sin lugar a dudas, en el campo de las ideas son pocos los individuos (y aun menos los grupos) que están dispuestos a examinar sin temor sus creencias, sus postulados, el modo característico de ver una realidad en particular.
Uno se cierra. Una ilusión llamada “tengo la verdad” nos aparta con recelo de los opuestos.
No es razonable pretender que todos lleguemos a pensar y sentir igual; ni siquiera es necesario.
Pero vendría muy bien convivir sin temor y con la mente abierta y bien dispuesta para enterarse porqué no sentimos ni pensamos igual y ver, en medio de todas esas diferencias, que tenemos puntos en común. Para este caso podríamos citar el amor a DIOS y al prójimo.
Hasta podríamos tener la valentía de preguntarnos por qué en lugar de enfatizar las diferencias para separarnos, no acentuamos nuestros puntos coincidentes para unirnos en un mismo propósito: el bien común.

Daniel  Adrián  Madeiro

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