Foto Google |
Con lentitud me saqué los anteojos, exhalé sobre sus
cristales
y los limpié suavemente con la franela. No sirvió para
nada.
Al ponérmelos comprobé que todo, absolutamente todo,
seguía igual.
Falsa expectativa - D A Madeiro
Golpean a la puerta.
Hoy son los católicos que,
amablemente, me entregan un folleto sobre las actividades de la parroquia.
Otras veces se trata de los
evangelistas, los testigos, los mormones.
No se da con los judíos o los
islámicos simplemente porque no acostumbran prédicas domiciliarias.
Desde siempre me gusta
intercambiar ideas con ellos.
Quizá es más apropiado decir
escucharlos con atención y formularles con suavidad alguna pregunta.
Como suele suceder con la mayoría
de nosotros, los humanos, a ellos les encanta que los escuchemos. No sucede
igual a la hora de tener que oírnos. En especial si es para expresarles
opiniones contrarias.
Sin lugar a dudas, en el campo de
las ideas son pocos los individuos (y aun menos los grupos) que están
dispuestos a examinar sin temor sus creencias, sus postulados, el modo
característico de ver una realidad en particular.
Uno se cierra. Una ilusión
llamada “tengo la verdad” nos aparta con recelo de los opuestos.
No es razonable pretender que
todos lleguemos a pensar y sentir igual; ni siquiera es necesario.
Pero vendría muy bien convivir
sin temor y con la mente abierta y bien dispuesta para enterarse porqué no
sentimos ni pensamos igual y ver, en medio de todas esas diferencias, que
tenemos puntos en común. Para este caso podríamos citar el amor a DIOS y al
prójimo.
Hasta podríamos tener la valentía
de preguntarnos por qué en lugar de enfatizar las diferencias para separarnos,
no acentuamos nuestros puntos coincidentes para unirnos en un mismo propósito:
el bien común.
Daniel Adrián
Madeiro
Copyright
© Daniel Adrián Madeiro.
Todos
los derechos reservados para el autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario