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© Daniel Adrián Madeiro
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Por eso yo sugiero, a los que quieren ser
verdaderos poetas, no fijen su atención
en el dicho que dice: poeta hay que nacer
o que es fruto exclusivo de docta erudición.
No se nace, se muere, y alcanza con saber
usar conjuntamente cabeza y corazón.
Noción de poeta
Camarada, esto no es un libro;
el que lo toca, toca a un hombre.
¡Adiós! – Walt Withman
Poco antes de entrar a la escuela
primaria, fui preparado por un maestro particular. El hombre, un vecino, se
apellidaba Monasterio.
No recuerdo que cosas me enseñó pero sé que entré al
primer grado sabiendo escribir.
Descubrir la escritura fue algo trascendente. Poco tiempo
después escribí mi primer poema.
Se trataba de una estrofa de cuatro versos sobre un árbol
que perdía sus hojas en el invierno.
Para que su último verso rimara con el segundo (que intuyo
decía: desnudo quedó), acentué la palabra “arbolito” en la sílaba
final (arbolitó).
Su lectura provocó risas en mi familia y un sabor amargo
en mi orgullo.
Era consciente de lo incorrecto de esa acentuación pero me
parecía un recurso válido para mi escasa edad (cinco años).
Así comenzó mi interés por la creación literaria.
Admiraba los simples y hermosos poemas que poblaban uno de
mis libros de lectura, “Agüita clara”.
Tengo presente un fragmento de uno de ellos:
“Este pueblecito mío,
sin pizca de vanidad,
tiene el colorido encanto
de una tarjeta postal.
Un arroyito que pasa
y murmurando se va...”
Dos los recuerdo perfectamente “Al General San Martín”
y “A Jujuy”.
El primero nació de mi admiración infantil por el padre de
la patria y el segundo a raíz de un pedido de la “señorita Coca”, una de
mis maestras en la primaria, durante mi estadía en una colonia de vacaciones en
Jujuy.
Los transcribo:
AL
GENERAL SAN MARTÍN
El
General San Martín
fue
un correntino valiente
que
defendió ardientemente
el
suelo en que había nacido.
Puso
gran empeño y brío
por
lograr la libertad
de
este pueblo sin igual
que
es el pueblo argentino.
Tengamos
en la memoria
al
General San Martín,
que
para no recibir gloria
lejos
de la patria se fue a morir.
Esta poesía la escribí entre los siete y ocho años.
Recuerdo que mi abuela Adela me la hizo recitar -muy orgullosa de su nieto- en
una reunión realizada en algún local que había en la esquina de Oliden y
Presidente Perón, en la localidad de Valentín Alsina.
A
JUJUY
De
Jujuy a mí me gustan
sus
montañas y sus cerros,
sus
viviendas sus costumbres
y
todo... todo su suelo.
La
gente de esta provincia
es
muy gentil y muy buena;
trabajadora
y honrada
es
esta gente jujeña.
Me
quedaría en Jujuy
toda
la vida entera,
pero
en Buenos Aires
mi
madre a mí me espera.
Te
prometo no olvidarte
Oh,
linda tierra jujeña.
Como fue dicho, esta poesía la
escribí a pedido de una maestra cuando estuve en Jujuy, en una colonia escolar.
Tendría alrededor de nueve años.
Recuerdo que además de escribirla
después me pidieron leerla frente a varios alumnos de diferentes escuelas.
Al estar en el escenario me quedé
paralizado por las miradas. Seguramente hubiera llorado si no fuera por el
aliento de mi maestra detrás del telón.
Fue una experiencia muy
emocionante.
Ya entrado en el primer año de la
secundaria, por propia determinación me compré un libro conteniendo cartas de
Ludwig Von Beethoven, publicado por la
desaparecida editorial Tor.
Recuerdo que en una de esas
epístolas del compositor alemán, éste narraba sus sentimientos de soledad y
frustración; y utilizaba una palabra que me quedó grabada: misántropo.
Aludía a que su situación lo estaba llevando a convertirse en una persona que
ya no quería saber nada con la sociedad humana.
Inmediatamente, redacté un
escrito en el que utilizaba ese término, narrando mi desilusión frente al mundo
que me rodeaba.
Lo leí en una reunión familiar
frente a mis tíos. Mi tía lloró.
El primer año lo cursé en una
escuela de Lanús, el “Honorio Pueyrredón”.
Allí hubo dos profesores que me marcaron.
El primero se llamaba Juan Carlos
Serafín y me impactó porque enseñaba: castellano, historia, geografía e inglés.
Según me parece recordar su
materia específica era castellano pero, indudablemente, tenía una capacidad
asombrosa que le permitía desenvolverse sin dificultades en otras áreas. Al año
siguiente fue nombrado rector.
Siempre las personas instruidas
despertaron mi admiración y respeto.
El segundo fue el profesor de
música, Roque De Pedro, violonchelista en la orquesta del teatro Colón y autor
de un libro titulado “Historia Visual de la Música”.
Ese libro era muy completo y, por
sobre todo, original. Además de narrar de manera compendiosa la historia de la
música, se acompañaba con la proyección de diapositivas, de allí su nombre.
Para nuestro caso, supongo que
por una cuestión económica, no pudimos disfrutar de las proyecciones. Pero fue
por medio de ese libro que me interesé en la historia de la música y en los
compositores clásicos.
Al año siguiente mi familia se
mudó a Longchamps. Viviríamos en una casa prefabrica pero propia.
Fui al Colegio Nacional “Almafuerte”
de Alejandro Korn.
Las biografías de los artistas
siempre me interesaron y me agradaba la música clásica, un gusto que adquirí
gracias a mi tío Alberto quien supo estimular con inteligencia mi oído
haciéndome escuchar poco a poco melodías apropiadas a mi edad.
En tercer año, la profesora de
música, la señora De Velusio, aprovechó mi inclinación artística tentándome
para que me inscriba en el conservatorio Julián Aguirre de Banfield.
Allí hice preparatorio de
guitarra y de piano, además de teoría y solfeo.
Me gustaba; pero a poco de
terminar la secundaria un vecino me comentó que tenía un conjunto y necesitaban
un cantante. Me tomaron una prueba y quedé.
Durante varios años tocamos en
pequeños clubes. Nuestro conjunto se llamaba “Paz Interior”.
Esta fue una experiencia muy rica
para mí porque sumé a mi capacidad para escribir una nueva, componer música.
Aprendí a tocar la guitarra por
tonos y, como uno cuando es joven cree que es genial y que lo sabe todo,
abandoné los estudios de música. Hoy podría estar dando clases o tocando para
alguien y a la vez haciendo algo que me gusta en lugar de dejar mi vida en una
oficina. Pero así somos.
Lo segundo que me pasó fue que mi
oído me traicionó. Tengo facilidad para encontrar los sonidos en un instrumento
y, cuando aprendí los primeros tonos en la guitarra, compuse mi primer tema.
Siguieron muchos más y eso
reforzó mi decisión de que era “un campeón” que no necesitaba estudiar.
De todos modos, como dije, fueron
varios años de ir de un lado a otro, disfrutar del público y alternar entre la
música y la literatura.
Por supuesto, todas las letras
eran mías.
A los quince años tuve mi primera
novia.
Fue el momento en que comencé a
escribir con asiduidad.
Desde entonces un cuaderno de
tapa blanda se poblaba de poemas de amor dedicados a cada una de las chicas con
las que salí.
De esa época es una sátira sobre
la televisión, cuyo título no recuerdo y que nació por mi desatención al pedido
de la profesora de castellano, señora de Dubor, que en realidad nos había
solicitado componer un monólogo.
De todos modos le gustó y lo hizo
publicar en un diario local de Alejandro Korn.
En esa época escribí muchísimo.
Sobre todo poemas.
En poco más de un año vieron la
luz alrededor de trescientos que un día hice consumir por el fuego.
No sería la única vez que un
conjunto de trabajos míos serían destruidos.
También recuerdo un pequeño libro
que titulé “Déjalo ser”, que inscribí en el Registro de la Propiedad
Intelectual –y nunca renové- que contenía poemas de tipo pacifista y forma “orientaloide”
influenciado por las lecturas sobre Buda y textos de Rabindranath Tagore.
Sólo hoy puedo decir que escribir
es para mí una herramienta de expresión.
En el pasado fue mucho más que
ello. Ha sido la forma de hablar conmigo mismo, de expresar aquello que la
timidez de mi juventud no le permitía a mi lengua.
Hoy puedo decir, escribir o
cantar lo que pienso.
Ayer me callé muchas cosas y la
palabra escrita fue como una mano extendida para poder encontrarle un sentido a
la vida, un lugar y un orden a mis vivencias.
Nunca escribí un diario de manera
formal. Pero miles de poemas y cuentos hoy destruidos o perdidos, fueron para
mi niñez, mi adolescencia y mi desordenada entrada a la adultez, un inmenso
diario personal, un espejo con una enorme profundidad que me ha permitido ver
mi alma tal cual es.
Y, como siempre digo, DIOS fue
muy generoso conmigo.
Desde luego que todo aquel que
escribe, independientemente de la calidad de sus páginas, desea dar a conocer
sus obras y recibir cierto reconocimiento.
No puedo quejarme de la parte que
me tocó.
En el camino andado muchas
personas me animan a seguir en esta tarea que considero mi razón de ser:
escribir.
Con motivo de la lectura de unos poemas de mi autoría, me
escribió un escritor novel de España, un joven de veinte años llamado José
Manuel Martín Herrero. Sus palabras fueron generosas y desinteresadas.
Le respondí feliz y le comenté
que: “... soy consciente de que la única cosa para la que sirvo es para
escribir... No puedo leer un libro, mirar una escena cotidiana o escuchar un
noticiero sin imaginarme un escrito vinculado a alguna porción de esas
vivencias. Soy una máquina de escribir. Mi cerebro no puede dejar de redactar”.
Esto es así y es por ello que,
más allá de mis reiterados intentos por no escribir más, quien sabe si alguna
vez pueda hacerlo.
Como bien señalaba Whitman, quien
nos lee “toca a un hombre”, a una mujer, a una persona por medio de la
cual nos encontramos a nosotros mismos en el poema o la prosa.
¿Qué mejor función puede tener la
literatura?
El don de la expresión concedido
a algunos nos ayuda a sentirnos más humanos, más plenos, nos carga de gozo, que
para eso es el arte.
En la lectura de muchos grandes
escritores siempre encontré maravillosas lecciones de vida, retratos y paisajes de una hermosura
inigualable, mágicas melodías imposibles de interpretar.
Un bello poema tiene su propia
música.
Una prosa de calidad encierra
imágenes y matices inaccesibles a la paleta del mejor pintor.
La literatura es mágica. Tanto
que estoy convencido que puede hacernos eternos.
LA MUERTE NO…
La muerte no existe,
yo sé que el hombre es eterno.
No lo dudes ni un minuto,
el arte hace esto cierto.
Correrá implacable el tiempo,
las décadas, los milenios,
pasarán generaciones,
muchas lluvias, muchos sueños,
cientos y cientos de estíos
y otro tanto de inviernos,
y habrá quien pose sus ojos
sobre alguno de mis versos,
sobre algún poema de estos
que hoy estoy escribiendo,
y sentirá mi compañía,
me encontrará vivo en ellos,
y será verdad mi dicho:
Yo sé que el hombre es eterno.
Daniel Adrián
Madeiro
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